Se supone que el primer objetivo de una lectura es la comprensión, al que se pueden superponer o acompañar otros. Sin embargo, es cierto que pueden darse satisfacciones lectoras sin comprensión como se ha dicho a propósito de las obras de ciertos autores, por ejemplo Lorca: se suele comentar que su poesía a veces gusta aunque no se comprenda. Algunos escritores se han referido igualmente a lecturas que realizaron en su juventud o infancia y que no comprendieron y cómo no sólo las culminaron, sino que ejercieron a pesar de la falta de comprensión una influencia decisiva en su formación de lectores. No obstante, hemos de admitir que son casos excepcionales porque de seguro se acompañaron de otras lecturas que sí se comprendieron y no fueron lecturas vacías de contenido probablemente, sino lecturas que no saturaron la comprensión que obteníamos en otros libros: todos tenemos recuerdos de libros que no hemos acabado de comprender o no acabaremos de comprender nunca.
No olvidemos, por tanto, este primer aviso: los textos que no se acaban de comprender tienen igualmente una utilidad en la formación del lector. El profesor, por el contrario, se preocupa por que en todos los casos, en todos, el alumno alcance la comprensión saturada (y única) y esto puede ser un error: plantear la cuestión en términos de todo o nada; por cierto, como el propio alumno hace: maestro, no me he enterado de nada (lo cual no suele ser cierto nunca). La comprensión tiene grados. En ocasiones el grado mínimo no se valora, pero a la vista está que también tiene su importancia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Vale, pero que me devuelvan el dinero de aquellos libros que al final, sólo leiamos los pringados de siempre!!
*Y con Altazor, de Huidobro, ¿Qué hacemos?
Publicar un comentario