A veces topo con estudios que intentan demostrar la diferencia abismal de la tarea de comprensión lectora en internet respecto a la lectura tradicional. Sin echarlos por tierra, creo que en su mayoría no han demostrado lo que pretenden.
En primer lugar, comparan la lectura en internet con la única muestra tradicional de la lectura de un libro (una sola de las lecturas tradicionales posibles). Sin embargo, ni la lectura más frecuente en internet es igualable al libro, ni los libros son los términos adecuados de una comparación con internet. La ignorancia mayor es citar Rayuela como único antecedente del hipertexto impreso. Todo ello deriva de un error de pensamiento probablemente imputable a la semántica de los prototipos por el cual cuando se habla de lectura en modo impreso se piensa en un libro sin más, como si fuera la única forma de lectura en átomos. Ocurre que una mejor comparación sería la que se estableciera entre revistas y páginas web, formas mucho más similares. O entre portales y catálogos. Etc. El libro, como tal, aún anda casi ausente de internet -fuera descargas y mención- salvo para raros casos en los que además se lee preferiblemente sin hipertexto ni hipermedia (o sea, como antes, nada más que en pantalla), como se puede observar por el hecho de que la hiperficción es muy minoritaria.
Con estas nuevas comparaciones observamos que las diferencias de lectura no son tan notables, sin negar que el hipertexto y la hipermedia constituyen una novedad no sólo tecnológica, sino cognitiva y de la cual la educación debe ocuparse y hacerlo con entusiasmo y entrega.
Con todo, habría que echar un pulso a los agoreros que demandan una insistente capacitación del alumnado sobre lectura en línea, y preguntarles si no se necesitaría también una educación para que el alumnado comprendiera una factura de la luz, unas instrucciones de la lavadora o las indicaciones de servicio en un edificio de oficinas, textos ellos muy anteriores a la red.
En segundo lugar, suelen reducirse al pc convencional y a la lectura de internet, obviando pda, móvil, tablet pc, gps... El uso de todos estos aparatos necesita de una capacitación especial, de acuerdo. No olviden que la lavadora de la que hablamos hace un rato, también. Lo más probable es que presente números e iconos que es necesario saber leer. En consecuencia, los entornos de lectura se adaptan a la tecnología cambiante y el usuario, con ellos. Esos entornos de lectura son nuevos, pero no desconocidos y en cualquier caso, muy cambiantes, con lo que convertirlos en objetivo de la enseñanza no deja de ser transitorio.
En tercer lugar, no sólo el hipertexto, sino el intertexto y el subtexto, son formas semióticas de textos lingüísticos, pero también no lingüísticos (por ejemplo, se dan en la pintura, el cine, la música...). Esa lectura de la que hablan -supuestamente tan distinta ahora- no debe ser tan genuina cuando parece un mecanismo que afecta por igual a otros lenguajes y no lenguajes, lo que hace sospechar que se trata de operaciones mentales superiores o distintas a la lectura aunque ligada a ella.
En conclusión: se parte de una reducción (sólo internet y sólo libros), se comparan dos elementos que no son asimilables (el libro frente a internet), se dejan fuera elementos que sí son asimilables (revistas y páginas web, por ejemplo) y se ponderan fenómenos cognitivos que no son exclusivos de la lectura (hipertexto). No parece que de unos planteamientos así, se vayan a extraer conclusiones adecuadas.
lunes, 6 de agosto de 2007
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