Comentaba ayer el bibliómano que Umberto Eco en el Hay Festival de Granada se refirió con ironía a las profecías de Mac Luhan:
«Había un señor ingenuo que se llamaba Mac Luhan que dijo que había terminado la ’galaxia Gutenberg’ y se iniciaba la era de la imagen. Sin embargo, el ordenador es el triunfo de la ’galaxia Gutenberg’. Hay imágenes, pero hay muchísima escritura».
Y añadía que tal vez el único problema era que hay que leer muy deprisa.
Efectivamente, ese es un fenómeno que constatamos todos. Recientemente, en el descanso de un encuentro, charlando con compañeros que acababa de conocer, uno de ellos planteó el tema: ¿no creeis que ahora con internet se lee más fragmentado? Y así es, no sólo se lee, se consume y se consuma la lectura más rápidamente, sino más fragmentada.
Ya hablé sobre la naturaleza de la lectura en internet, destacando que no supone fenómenos totalmente desconocidos en la historia de la lectura, si bien es obvio que la cantidad y la popularización de esta forma de leer ha alcanzado con internet una dimensión que nunca tuvo.
Voy a llamar a esta nueva forma algo convencionalmente "telelectura" y "telescritura". Digo un poco convencionalmente porque aunque podría tener otras denominaciones, ésta la veo apropiada puesto que la hago derivar del sentido "televisión". Así, las formas que la televisión han traído al ocio audiovisual, internet y los medios electrónicos en general las han llevado a la escritura y a la lectura. De modo que lo que hemos visto en el fenómeno televisivo, ahora lo vemos en la telelectura: espectacular aumento de la oferta (las páginas web se reproducen exponencialmente, como ocurrió con los canales de TV), banalización de los contenidos (los contenidos en la web han dejado de ser completamente serios para abrirse cada vez más a las banalidades, como ha ocurrido con la televisión, ocupada ahora en temas que antes no merecían ni nombrarse), zapeo (el telelector pasa de fragmento en fragmento de texto, de página en página, de blog en blog, como el telespectador pasa de cadena en cadena; incluso el telelector profesional tiene ahora menos paciencia para concluir un artículo), avalancha publicitaria (ya hay casos en que la publicidad en medios electrónicos ha superado a la presente en televisión, pronto veremos publicidad en las revistas científicas, si es que no hay ya), fragmentación (el propio escritor, conocedor del entorno en el que escribe, lo hace fragmentariamente, como lo hacen recitadores populares en los romances viejos, comenzando en el centro del asunto y terminando abruptamente), participación popular (internet se ha hecho popular y hasta populachero, como la TV) ... No es de extrañar que una de las lecturas que más rápidamente está abandonando el papel sea la lectura fragmentada de los libros de referencia y consulta, que anuncian la pronta desaparición de enciclopedias y diccionarios encuadernados.
De modo que no sólo cambia la telelectura, sino también las formas de telescritura, que se adaptan al medio en el que serán consumidas. ¡Ten cuidado con la forma de presentar e iniciar tu escrito o no lo leerá nadie!
La mayor incógnita es saber si esa transformación afectará decisivamente al pensamiento -y por ende al avance social e histórico- suponiendo que de una telelectura que hemos definido como acelerada y fragmentada no pueden derivarse pensamientos adecuados para el avance de la humanidad, ya que serían necesarios razonamientos elaborados y debates pausados, difíciles de llevar a cabo en un entorno tal.
Sin embargo, hemos de pensar que ocurrirá como ocurre en las calles de un pueblo o en las tertulias de esquina (así ocurrirá en las anchas calles del adsl y en las esquinas de las pantallas): la mayoría estará enfrascada en una telelectura rápida, casi caótica y colapsada, mientras que una minoría continuará elaborando comunicaciones calmadas, rigurosamente ordenadas hasta llegar a una conclusión.
sábado, 5 de abril de 2008
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